Thursday, November 16, 2006

Crónica Inconclusa

La Feria del Libro de Santiago ya había empezado cuando llegamos y algunos de nuestros compatriotas ya habían regresado a Lima; pero aún quedaban muchos en Santiago y faltaban llegar algunos más. Dado que Perú era el invitado de Honor, tal como lo había sido en las ferias de Guadalajara y la de Bogotá los años anteriores, y sus literatos, viejos o no, parecían estar coleccionando premios últimamente, cuatro de los cuales estaban en la feria (Corcuera, Cueto, Roncagliolo y Cisneros), nuestros amigos chilenos nos decían “Hey, y el Perú está de moda, po’” En efecto, parecía que estuviéramos en Lima pues mientras Toño Cisneros (con Zurita) compartía sala con Alonso Cueto, en días contiguos, Oswaldo Reynoso e Iván Thays compartían día con Arturo Corcuera, en salas contiguas. Mientras en una sala estaba Rocío Silva Santisteban y Corcuera en un mano a mano, en otra hacía un solo Juan Manuel Chávez. Entre todo esto, Santiago Roncagliolo paseaba los pasadizos de la Estación Mapocho, comprando libros, Julio Villanueva descansaba en el insuficiente stand Peruano, Daniel Alarcón se refrescaba en la cafetería, Florentino Díaz y Roger Neyra compartían pisco iqueño y Marcel Velásquez escuchaba atento una de las presentaciones, quizá la nuestra.

El lunes estuvimos en el Taller de Poesía de la Fundación Neruda. Jaime Quezada, su asistente y los talleristas nos recibieron con mucho entusiasmo y amabilidad, con vino y bocaditos, y nos invitaron a compartir con ellos nuestras experiencias personales, poesía, información sobre el Taller de Poesía de San Marcos y el de Claroscuro, y adelantos sobre el libro que estaríamos presentando dos días después en la Feria. Luego pudimos ser parte del funcionamiento normal del taller, escuchando los poemas, entregados a sus compañeros la semana anterior, de Daniela, una de las becarias, seguidos por la crítica ya elaborada de uno de sus compañeros, los comentarios del resto del grupo, incluyendo a Jaime Quezada, y hasta fuimos invitados a opinar también. Para quienes lo desconocen, les comento que la Fundación entrega una beca, consistente en un monto mensual y entrenamiento en el quehacer poético en el taller dirigido por Jaime Quezada y Floridor Pérez, a diez jóvenes poetas que hayan hecho llegar su curriculum, proyecto y poemas.


Luego de un par de Escudos (una de las chelas mapochinas) en La Nona (un bar cuyas mesas cubren toda la esquina al buen estilo “Calle de las Pizzas”), donde Víctor López, otro de los becarios, nos invitó a pasar al día siguiente por Metales Pesados, la librería de Sergio Parra; nos fuimos a comer unas Chorrillanas con el grupo de teatro Las Hormiguitas, cuyo director Víctor Soto Rojas, es co-responsable de la organización de Entepola, el encuentro de teatro popular más grande de Latinoamérica.


Al día siguiente, luego de pasar parte de la tarde en Metales Pesados, revisando libros, entre los que vi varias ediciones bilingües de autores como Dylan Thomas o Lautréamont hechas por una joven editorial, y conversando con Sergio Parra, quien nos contaba que El Álbum del Universo Bacterial y Etiqueta Negra tienen buena acogida en Santiago; por fin fuimos a la Feria. Como comenta Iván en su Moleskine, fue negativamente sorprendente darnos con que el ingreso a la feria del libro costara 2, 000 pesos (casi 4 dólares). Nosotros ingresábamos impunemente gracias a las credenciales de invitados pero no es muy positivo (por decir lo menos) que se cobre (y tanto) a un recinto que busca incentivar la lectura, especialmente en un país subdesarrollado como lo son todos los países latinoamericanos; este hecho ha ocasionado que el público decida o no asistir a la feria o hacerlo una sola vez, según nos contaron varios escritores santiaguenses, el mismo Parra y Víctor Soto, quien agregó que este evento solía ser un espacio de gran congregación popular.


Encontramos a Iván Thays y Oswaldo Reynoso en la cafetería; junto con ellos estaban José Miguel Oviedo y Carlos Amézaga y después de refrescarnos con Cachantum, popular agua mineral, (hacía bastante calor hasta las 7:30 pm aprox.), fuimos a la Sala Prado donde Reynoso y Thays sostuvieron una amena polémica. En una esquina Oswaldo Reynoso consideraba las editoriales transnacionales en general nocivas, en la otra, Iván Thays las encontraba útiles y necesarias. Oswaldo rechazaba los premios literarios por distraer la atención de la obra a los premios, e Iván los acogía por ser una ayuda para dar a conocer al escritor premiado, aunque con recato por la misma razón de Oswaldo. Después estaba la literatura realista en Perú, que según Iván ha sido la única canónica en la narrativa peruana y según Oswaldo ha convivido con otras como la fantasiosa. Relacionado con este tema y los premios estuvo el de los libros premiados de Roncagliolo y Cueto, que Iván consideraba ser los primeros en tocar el tema de la violencia vivida en Perú las últimas dos décadas del siglo pasado y les daba el mérito de traer la atención hacia ese tema tan rehuido; mientras que Oswaldo opinaba que han habido otros relatos y más profundos sobre el tema, que se originó hace mucho más de dos décadas, y no les daba mayor mérito que el haber descubierto la violencia dos personas que no la vivieron. Esto llevó al tema que generó mayor polémica, Reynoso la llamó Guerra Popular, lo que atizó a Thays, quien dijo discrepar por completo con Reynoso, pues para él eso había sido terrorismo. La polémica tuvo varias aristas y más temas y subtemas (los pocos chilenos que estuvieron presentes pueden haberla disfrutado), hasta la participación algo exaltada de Oviedo, quien increpó a Reynoso diciendo que no podía pasar por alto que éste llamara guerra popular a lo que había sido una matanza; a lo que Reynoso respondió calmadamente: “Oviedo tiene su punto de vista y yo el mío, por más que hablemos toda la noche no nos podríamos poner de acuerdo.” La mesa terminó, al estilo de Vano Oficio, con tres libros sugeridos por Iván y, para sorpresa de todos, con Oswaldo ofreciendo, consecuentemente con su discurso anti-transnacional, sus libros a un dólar.


Luego, casi todos los peruanos presentes, sonrientes, fuimos a la presentación de una nueva edición de Noé Delirante de Arturo Corcuera. Con alrededor de 250 nuevos poemas, Corcuera presentó la que aseguró es la definitiva y la última edición aumentada de Noé Delirante, un libro que publicó por primera vez en 1963 y por el que ganó el Premio Nacional de Poesía en el mismo año (¡! nuevamente los premios). Con mucha simpatía y ludismo, Arturo dijo que este libro que le ha valido muchas satisfacciones le ha dado varios dolores de cabeza y hasta desavenencias con uno que otro editor de antologías, pues sus poemas, incluso los mismos que hace 30 años, acaparan la atención y la distraen de sus otros libros. Arturo leyó algunas de las fábulas, la del canario, la mariposa, el sapo, el escarabajo, entre otras y finalizó: “Ya pues, yo tengo otros libros y otros poemas.”


El miércoles hubo un recital a dos voces: Arturo Corcuera y Rocío Silva Santisteban. Tal como Arturo había advertido, leyó poemas de sus otros libros; poemas líricos, usualmente lúdicos, coloquiales, a primer vistazo simples hasta haberlos leído varias veces. Fue muy jocoso para el público oírlo recitar el poema de Tarzán, con grito y todo. Rocío enarboló el tópico de la mujer y su discurso corporal y feminista. Entre el público estaba Sergio Parra con una imborrable sonrisa en los labios.



Y bien, este día estábamos presentando el libro por el que habíamos viajado, la muestra de poesía joven peruana Generación del 2000? (Círculo Abierto Editores, Lima 2006); de modo que antes de terminar la presentación de Arturo y Rocío, tuvimos que irnos a la Sala J. E. Bello. Justo empezaba a informar a los presentes qué y quiénes son Claroscuro, después de esperar los 15 minutos de rigor, cuando ingresaron a la sala Héctor Hernández y Galo Ghigliotto (poetas santiaguenses y organizadores del Poquita Fé) seguidos por parte de la delegación peruana, que quedaba aún en Santiago: Oswaldo Reynoso, Arturo Corcuera, Carlos Amézaga, Marcel Velásquez, etc.

Dedicando la presentación a Pablo Guevara, a quien yo creía tener la seguridad de encontrar mejor de salud a nuestro regreso a Lima y relatarle este periplo; así como haciendo una mención a Gonzalo Millán, poeta chileno recientemente fallecido, dimos inicio a la presentación. La presentación fue dividida en dos partes: primera, comentarios del libro y por extensión de la poesía peruana joven actual; y segunda, recital de poesía. Fernando Cuya fue el primero en verter sus comentarios, que residieron en el hibridismo y la crisis de identidad. Luego, como Círculo Abierto, di algunos comentarios y alcances que resumían las opiniones de Claroscuro y las de Pablo, y que giraron a grandes rasgos alrededor de esa difuminación de identidad literaria peruana a causa del fenómeno de la globalización, el intento de uso de un lenguaje diferente, menos directo y obvio, y el giro de timón por parte de estos nuevos vates, entre otros.



Leímos poemas de una decena de poetas del libro, que el público siguió con expresiva atención y disfrute, y terminamos con un par de textos propios. El evento fue cerrado con una performance, haciendo referencia a la tendencia actual entre los jóvenes poetas a fusionar o mezclar artes.

Al día siguiente, justo cuando íbamos a almorzar, la alegría del día anterior fue inmergida en un tanque de ácido muriático cuando al revisar mi correo me enteré del fallecimiento de Pablo Guevara. El hecho de que un admirado poeta, estimado profesor, apreciado crítico, e invalorable amigo nos dejara sin su sonrisa aguda, su poesía fresca, su ímpetu inspirador mientras estábamos presentando el libro que prologó, a 2000 kilómetros de distancia, sin poder siquiera estar al pie de su cama en esos últimos momentos fue como haber sido alojado en un iceberg, pero no de poesía sino de verdad, de irónica realidad. Los planes de turismo fueron arrojados al río Mapocho y la tarea era ubicar a Carlos Amézaga para ver qué mención u homenaje se podía hacer en su honor; siendo Perú el país invitado a este fiesta literaria y encontrándose la comunidad literaria peruana de luto, pues Pablo era, perdón, es uno de sus conspicuos representantes (a pesar del “perfil bajo que durante años había mantenido”).



Cerca de hora y media después, logré localizar a Amézaga y le di las ingratas noticias. Me dijo que vería qué se podía hacer cuando llegara al recinto ferial un par de horas más tarde. Una vez en la feria, mientras le contaba sobre su anterior estado de salud, Carlos me dijo que iba a sugerir a Oviedo que mencionara la noticia al inicio de su conversatorio con Loyola sobre Vallejo y Neruda; conversatorio que funcionó sobre la matriz del viejo juego de niños de “mi papá es más listo que el tuyo” por parte de aquél y “no es cierto” por parte de Loyola.

Luego de dar las malas noticias a Arturo Corcuera, fuimos con él a la presentación de Ernesto Cardenal, cuya nueva antología hecha por Jaime Quezada se presentaba esa noche. El indómito sacerdote Cardenal derramó simpatía y versos sociales, amorosos y cósmicos a un auditorio que sí se llenó. Muchos recordaron los viejos tiempos en que las ideologías alimentaban el corazón y animaban los brazos. Incluso uno de los presentes obsequió a Cardenal un periódico que atesoraba, donde aparecía éste estrechando la mano de Allende. Un niño fue más inocentemente agudo y le preguntó al octogenario poeta “de dónde saca las ideas para escribir cosas tan bonitas.”



Más tarde en la recepción que organizó la Cámara Chilena del Libro para el nieto de Darío, entre vinos y bocaditos, le robamos una foto de recuerdo. Aunque, claro, el recuerdo mayor y más grato es el que guardamos de todos los amigos con quienes nos reencontramos, los nuevos amigos que conocimos y lo estupendamente bien que la pasamos, gracias a ellos, personajes dentro y fuera del mundo literario.

Gracias y hasta la próxima.


Eberth Munárriz